Ideario, por Miguel Ángel Albás


Las ‘Cuatro Vidas’ de los Campamentos Ánade

 

El verano constituye un importante parón en la vida académica ordinaria, un merecido descanso tras el ritmo intenso del curso. Este largo período de vacaciones si, como ocurre frecuentemente, no es bien aprovechado, puede suponer un retroceso en la formación de los chicos y chicas, especialmente en lo que se refiere al hábito de trabajo y a la adquisición de virtudes.

Y al contrario, estos meses pueden significar un gran avance si se invierten de una forma divertida y a la vez formativa. En este sentido son cada vez más los padres que demandan actividades enriquecedoras para sus hijos durante este tiempo. Sorprende la afirmación: «cuatro vidas tiene el hombre» y, sin embargo, es cierta, aunque el cultivo de las cuatro vidas no esté, hoy, muy de moda.

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Vida física

En la actualidad, para la inmensa mayoría de los padres, es obvio que tienen que cuidar la primera: la vida física de sus hijos, y raro es el chico o la chica que no se ve alentado por su familia a cuidar de su alimentación e higiene y ocupado en la práctica de algún deporte.

Es importante que los hijos crezcan sanos y fuertes. Hace años, cuando la práctica deportiva no era tan frecuente y no había tantos medios para realizarla, ésta era una asignatura que muchos echaban en falta en la educación escolar.

La alimentación sana y abundante siempre ha sido una preocupación constante de los padres, que la resolvían lo mejor que podían, de acuerdo con sus posibilidades económicas. Hoy, gracias a Dios, en general, para la mayoría de la población de nuestro país, no es un gran problema.

Lo que ya a nadie le cabe duda es el tema de la higiene, y, aunque a menudo hay que pelear con los chavales para que se cepillen los dientes y para que se duchen, parece cierto que ellos mismos están convencidos de lo necesario que es para su salud física practicar con regularidad las normas de higiene.

Además, el culto al cuerpo está de moda y pegan muy mal unas zapatillas de marca, unas sudaderas llamativas, con un cuerpo desaliñado, sucio y poco deportivo.

Todo eso está muy bien, hemos progresado y tenemos unos chavales -chicos y chicas- que da gozo verlos.

17901203985_07ea653a6b_oVida intelectual

La segunda de las vidas, la intelectual, no le va a la zaga y, a pesar de que los planes de estudio no son del agrado de todos, y de que algunos opinan que los chavales no están tan preparados como antes, todo el mundo está de acuerdo con que los chicos tienen que estudiar.

Por otra parte los chicos son mas despiertos -¿será la «Tele»?-. Las actividades extraescolares desarrollan valores y capacidades a los que sus padres no tuvieron acceso. La informática y esa rara habilidad para manejar todo tipo de artilugios electrónicos merece la admiración de los mayores.

De todas las maneras, ésta es una preocupación constante y prioritaria de los padres, que quieren preparar a sus hijos con unos conocimientos y títulos que les permitan salir adelante, en un mundo cada vez más competitivo. Por cierto, no nos olvidemos de mencionar la necesidad del conocimiento de idiomas, hoy casi tan imprescindible como lo era antes saber la famosa tabla de multiplicar, que aprendíamos, incluso, cantando.

17873342606_9ff275d6c6_oVida de la voluntad

La tercera vida, la vida de la voluntad, del autodominio, de la formación del carácter y de la personalidad, sin embargo, no está tan atendida. La vida de la voluntad -como todo lo que tiene vida- también precisa de alimentarse y crecer.

Tenemos chicos y chicas sanos e inteligentes, pero muchos de ellos son caprichosos, débiles e inconstantes y, a pesar de todo el esfuerzo que hacemos, no entendemos el por qué del fracaso escolar -que va en aumento-, y tampoco cómo es posible que, con los magníficos sentimientos que tienen -preocupados y solidarios con el tercer mundo y la ecología- se manifiesten caprichosos y egoístas con los padres y abuelos, y muy poco generosos con los amigos.

A veces nos echamos la culpa y decimos «les consentimos demasiado»; quizás les protegemos en exceso y no tenemos en cuenta que «toda ayuda innecesaria es una limitación para el que la recibe». Ayudar a enreciar la voluntad de los chavales es una necesidad, y educar el carácter, un deber.

Los campamentos de verano son una magnifica ocasión educativa, cada día más necesaria, para complementar el desarrollo de las cuatro vidas.

En ellos se fortalecen físicamente los chicos: vida sana, aire limpio, alimentación adecuada y abundante, descanso austero pero confortable, contacto con la naturaleza, higiene personal, deportes: excursiones, fútbol, baloncesto, balonmano, tiro con arco, atletismo, ping-pong, balonvolea, béisbol… Juegos al aire libre y de interior.

La vida intelectual se desarrolla dando sentido y aplicación a muchas de las materias que aprenden en el colegio: Calcular para orientarse en montaña o en una marcha de rastros. Estudio de distancias, resistencia de materiales para las construcciones, trabajos manuales, conocimientos geográficos, ciencias naturales, astronomía, historia, sociales -en pura práctica-, arte, guitarra, canto, música, vídeo, fotografía, dibujo, redacción y hasta idiomas… Todo ello, gracias a las clases y talleres de todo tipo. Campeonatos de ajedrez, damas… y juegos, muchos juegos, que desarrollan la inteligencia, y que dan ocasión de encontrar un sentido práctico y una aplicación a lo que aprenden en el colegio.

El desarrollo de la vida de la voluntad, el autodominio, la formación del carácter, son tan naturales e inevitables como la vida en un campamento, donde el adolescente tiene que aprender a valerse por si mismo; a hacerse sus cosas en un clima de amistad y de cariño -no exento de exigencia y del necesario orden- para que la convivencia, en esa peculiar «aldea», sea magnífica.

La vida psico-afectiva de los chicos y chicas crece, se desarrolla armónicamente en un ambiente de alegría y camaradería y, con ella, se afianza su personalidad, se enrecia su voluntad, se templa su carácter. El vencimiento de la pereza, el orden, la generosidad, el compartir, es necesario en un ambiente, en el que se procura que no exista lo superfluo -porque ello los hace egoístas e insolidarios-. En un campamento se quiere a los chavales -al igual que en las familias- por lo que son, no por lo que tienen, ni siquiera por lo que valen.

17901210825_0a278cf24c_oVida espiritual

Y así llegamos a la cuarta vida: la vida espiritual. En un ambiente de respeto por las creencias de cada uno, en el campamento aflora, con naturalidad, la presencia de Dios para los creyentes y el sentimiento de respeto a lo desconocido para los no creyentes.

El crecimiento en la vida de la Fe no es algo impuesto, sino algo tan natural como la naturaleza que les rodea y que les habla de Dios. De un Dios que es Amor y que ha creado tantas cosas bellas que ellos -cada día- contemplan. La naturaleza, la amistad, el amor, la alegría, en que continuamente están inmersos, les hablan de Dios.

La oración fluye espontánea y coherente -como una expresión de gratitud y de petición- por las propias necesidades y por aquéllos que han hecho posible la experiencia campamental.

De esta manera, crece la vida espiritual de los chicos y chicas en el campamento y así se cierra el ciclo de su formación humana.

Ellos, que fueron a pasar unos días de vacaciones, regresan a su casa alegres, más seguros de si mismos, con más amigos y con muchas aventuras que contar. Aventuras que, por una vez, no serán las de la «Tele» o el cine -vividas por otros- sino sus propias aventuras.

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Para terminar, diré que el campamento es una gran familia, una familia numerosa -de las de antes- en la que los mayores se preocupan de los pequeños y, donde los monitores y monitoras son los brazos amables de unos padres, que por una vez, no han «querido» estar presentes.

 

Miguel Ángel Albás Mínguez
Jefe de Campamento